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Alta Costura 2023: lo que ha pasado y lo que interpretamos

Por María José Pérez - 7 de julio de 2023 - moda

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Desde el debut de Thom Browne hasta la ovación a Pierpaolo Piccioli en Valentino, pasando por la sencillez de Dior y Chanel y la sempiterna polémica de Balenciaga bajo el mandato de Demna.

El inicio de los desfiles de Alta Costura de otoño-invierno 2023/2024 no ha sido especialmente sencillo: el ambiente en las calles de París no invitaba a evadirse en la fantasía. No está el horno para bollos, que dirían las abuelas. Y quizás por eso, la sensación que queda después de ver las propuestas de grandes casas como Chanel, Dior, Balenciaga o Fendi es precisamente esa: el contexto no invita a las excentricidades, sino a la practicidad, a lo que funciona. Y ojo, no es una decisión censurable. Al fin y al cabo, estamos hablando de un negocio que mueve grandes cantidades de dinero y que las firmas quieren mantener jugosas y relucientes. Un buen colchón contra imprevistos, para que cuando la crisis económica enseñe todavía más los dientes, haya hucha de la que poder tirar... y clientes a los que convencer de que ellos no solo hacen vestidos de alfombra roja que llevar en galas benéficas: también pueden hacer vestidos de cóctel, camisas blancas y pantalones que poder llevar (casi) a diario.

Han sido ellos, los pantalones, y en concreto los vaqueros, los que han dado mucho de qué hablar. Básicamente, porque dos diseñadores tan alejados en gustos como pueden ser Pierpaolo Piccioli (quien, por cierto, se llevó una ovación al terminar su desfile, con Anna Wintour de pie y aplaudiendo como la que más) y Demna, en Balenciaga, han coincidido en incluirlos en sus desfiles. Más o menos: mientras el italiano usaba la seda y perlas para crear el trampantojo, el georgiano elegía la piel, como ya hiciese Mathieu Blazy para el prêt-à-porter de Bottega Veneta. La estrategia y el mensaje, están ahí: coger una de las prendas más populares que existen ahora mismo, considerada básica, y hacer de ella una pieza de alta costura gracias a los materiales y el minucioso trabajo que requieren. Ocultar la complejidad de la costura bajo una capa de aparente simplicidad. ¿Es una crítica a quienes siguen creyendo a pies juntillas en esa frase de "coser y cantar" como sinónimo de facilidad, a un sistema de moda rápida que nos ha hecho olvidar el verdadero valor de las prendas? Quién sabe, porque de sus bocas, no han salido esas palabras. De lo que sí habló Piccioli es precisamente de esas fuerzas opuestas que son la sencillez y la complejidad. Demna continúa en un plano relativamente discreto tras la polémica con la que cerró 2022; recurriendo a piezas que ya le han funcionado en el pasado. Los números no acompañan, ya que el primer trimestre de 2023 sigue siendo negativo para el grupo en el que se insertan los resultados de Balenciaga, pero Kering cuenta que "la tendencia es positiva". Habrá que esperar. 

No hemos tenido vaqueros en Chanel, Dior o Fendi, pero sí una clara tendencia a la simplificación de las líneas generales, que no de la construcción de las prendas. Hacer bien los básicos no está al alcance de cualquiera, y la buena ejecución de los trajes de chaqueta de tweed, de los vestidos minimalistas y de los drapeados requieren de maestría. Pero la sensación general es de una belleza que ya conocemos y que no aporta una gran novedad a la pasarela. Hemos visto muchas, muchas veces esas siluetas sirena, esos escotes halter; los vestidos más rectilíneos e impolutos en tonos neutros, los dos piezas de faldas midi, los tejidos bordados y las transparencias estratégicamente colocadas. ¿Son correctas y hermosas? Absolutamente. ¿Son nuevas? No. Y no pasa nada: tiene que haber espacio para todo el mundo y, redoble de tambores, hay que seguir vendiendo. Lo del lujo silencioso no es solo para el ready-to-wear: hay ricos que no se sienten cómodos haciendo una excesiva ostentación y, además, la sombra del marketing es alargada. Vamos, que estos desfiles también pueden cumplir la función de intentar convencer al público de... De muchas cosas, en realidad. De que son firmas sensibles a lo que está sucediendo fuera de sus burbujas, de que con esfuerzo, si no puedes comprarte ese vestido de Alta Costura, sí ese bolso que lo acompaña y que estará adaptado en tiendas. De que puedes formar parte de su universo, aunque sea a través de un labial. Pero ¿genera más deseo lo cercano o la fantasía?

En esa liga, el líder parece seguir siendo Schiaparelli. Daniel Roseberry se encuentra en un momento muy dulce en el que todavía tiene mucho archivo de Elsa por versionar y otras tantas referencias artísticas por explorar. Se ha posicionado como una suerte de neosurrealista al que le pierden las líneas arquitectónicas y los accesorios epatantes; es una narrativa que tiene coherencia con la historia de la casa y que ha convencido a la audiencia. Resultado: es justo lo que va a proponer sin, de momento, repetirse. Ha vuelto a haber sorpresa, ha vuelto a haber aplausos. Ha vuelto a haber la teatralidad que el público espera de la Alta Costura, porque ese es un dúo cuyas raíces siguen bien agarradas al cerebro colectivo. 

Quizás por eso los desfiles de Giambattista Valli, Stéphan Rolland o Alexandre Vahutier siguen funcionando tan bien: saben quién es su clientela y repiten sus códigos una y otra vez (de hecho, con más comodidad que afán de superación) pero ponen sobre la mesa el drama que se espera de la Alta Costura. El legado visual de Galliano en Dior o de Alexander McQueen, pesa, y sin poder estar cerca para poder ver bien las costuras, detalles o peso de los tejidos, lo que le queda al ojo que ve a través de la pantalla son, en general, los fuegos artificiales. Y unos bien visibles, que no requieran demasiado esfuerzo en la interpretación, porque entonces, la atención se diluye. No vamos a echarle solo la culpa a las redes sociales, porque la industria lleva años acostumbrándonos a la afectación y el espectáculo. La edificación de la Alta Costura sobre los cimientos del efectismo no es más vieja que el hilo negro, pero sí tiene los suficientes años como para ser considerada vintage

Sería fácil argumentar que ese es uno de los motivos que ha llevado a Thom Browne a hacer un debut tan teatral como el que ha realizado, tocados de palomas incluidos. Pero lo cierto es que el diseñador estadounidense (que creó su marca en 2001) lleva ya muchas temporadas ofreciendo espectáculos y diseños singulares teñidos de gris. Siempre ha encontrado la manera de darle una vuelta al traje de chaqueta, a estructuras propias de Comme des Garçons en la época dorada de Kawakubo, a un color injustamente desdeñado. Su propuesta no consiste en la belleza sencilla y clásica que ha vuelto a traer Maria Grazia Chiuri para Dior, pero es una pequeña sacudida entre tanto wearable luxury

Algo similar ha sucedido con la colección de Juana Martín dentro de la Alta Costura parisina. La cordobesa se ha inspirado en el cubismo y, en concreto, en algunas obras del conocido Picasso para crear sus Fieras, diseños cubiertos de referencias pictóricas y símbolos que no solo se bordaban, sino que se troquelaban en los vestidos, cuando no emergían de ellos en tres dimensiones para dar lugar a piezas que cumplen esa expectativa visual de la Alta Costura. Al menos, visto desde el prisma de lo efectista, un plano conocido y habitado por Viktor & Rolf, que han recurrido a una colección de baño para autohomenajearse después de 30 años en la industria. 

Sucedió con el prêt-à-porter; ahora, con la Alta Costura: la industria cree que para acercarse al público, necesita eliminar el oropel y, en cierta medida, la complejidad visual. La estructural, por suerte, permanece: es la única opción viable para poder seguir utilizando el término Costura, con mayúsculas.