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La industria de la moda no debería ser como 'Chicas Malas'

Por María José Pérez - 7 de marzo de 2023 - moda

#moda#gucci#semanas de la moda#milán#polémica

Las reconocidas periodistas Vanessa Friedman y Lisa Amstrong han arremetido en sus redes sociales y en sus crónicas contra los influencers que asistieron al desfile de Gucci, y Bryan Yambao, influencer y director de The Perfect Magazine, ha respondido de manera directa. Pero ¿por qué seguimos con esta discusión?

La frase de marras con la que Miranda Priestly se burla de una de sus editoras de moda cuando esta sugiere que en primavera podrían fotografiar flores se ha colado sin problemas en el discurso de la institución. Lo malo es que no lo ha hecho (siempre) de manera irónica: hay quien lo usa con la misma intención de burla que el personaje de ficción, como si esta industria fuera una burda y menos glamurosa recreación de El Diablo Viste de Prada. O peor aun, Chicas Malas. Porque aunque una nueva generación de periodistas de moda y creadoras de contenido intentan convertir este ecosistema en lo que debería haber sido siempre, es decir, un espacio colaborativo y seguro para quienes trabajan en él, hay quien sigue emperrada en provocar guerras que carecen de sentido en 2023. Porque sí, hay quien sigue empeñada en menospreciar el trabajo y la presencia de los influencers en los eventos de moda y en los desfiles de las Semanas de la Moda. 

La polémica se ha dado, como buena tragedia, repartida en actos. Empezó Vanessa Friedman con un tweet (es la red social favorita de la directora de moda de New York Times) en el que comentaba que "los influencers tenían su propio foso" en el desfile de Gucci. Hasta ahí, todo en orden. Sin embargo, no pudo contenerse al hacer una referencia a la Divina Comedia, de Dante (¿qué le pasa a la moda con Dante últimamente?). No hace falta que lo googlees: la primera parte de la obra habla del octavo círculo del infierno, el dedicado al fraude. Ojo. Y resulta que ese círculo está dividido en, no te vas a sorprender, diez fosos circulares. En ellos se reparten las personas según sus culpas y, como también te puedes imaginar, ahí se pueden encontrar Aduladores, Hipócritas, Ladrones, Falsos Consejeros, Sembradores de la Discordia y Falsificadores

Vale que la referencia, de entrada, puede ser sutil, pero la marca rojiza del golpe en la cara, se aprecia. Vaya que si lo hace.

No fue la única en dejar una mención al respecto de los influencers y del front row en Gucci. Cathy Horyn hizo lo propio en The Cut, BOF también les dedicó unas palabras y Lisa Amstrong continuó en el Telegraph, una de las más duras a la hora de hablar de ellos: "Un grupo de influencers, algunos de ellos literalmente vestidos como payasos con patrones de diamantes pierrot de la última colección de Gucci, aplaudieron con entusiasmo, pero el resto de la audiencia parecía preguntarse qué sucederá después". 

Los ataques a unas personas que juegan un rol ineludible en la industria de la moda suenan a ludismo: querer que no existan o que no compartan espacios con la prensa tradicional es como ser terraplanista en 2023. Sobre todo, cuando las críticas no se encaminan tanto al criterio profesional como, una vez más, al aspecto. Y ese ha sido uno de los motivos, entre otros, que ha hecho que Bryan Yambao, creador digital y director de la revista Perfect, haya estallado en su perfil de Instagram.

"No creo que nadie que se haya sentado en ese foso en medio del espacio del desfile de Gucci se haya registrado para ser ridiculizado, burlado y sombreado por parte de la prensa", ha escrito en un post. Uno en el que se muestra a él mismo junto a Veronika Heilbrunner y Susie Lau, otras dos reconocidas creadoras de contenido que llevan años desarrollando su carrera en la industria de la moda, pero que también recoge extractos de los artículos que incluyen referencias a su presencia y a la de sus compañeros. Unos colegas que, como no podía ser de otro modo, han agradecido el apoyo y criticado los textos. Pelayo Díaz incluido. 

No han sido los únicos, ya que muchos seguidores de estos creadores se han alineado junto a ellos, argumentando que es precisamente por ese tipo de comentarios que ya no se sienten identificados con la prensa tradicional. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y algunas palabras de Yambao también han sido duramente criticadas. En concreto, las que se refieren a que no hace falta hablar de la delgadez de las modelos o a que "estamos para animar y apoyar a la industria". Que "hay que centrarse en la ropa". 

Si bien la obsoleta dicotomía prensa vs. influencers suena a Prehistoria, lo cierto es que no podemos dorar la píldora a una industria que todavía necesita cambios. No podemos ser palmeros y si estamos volviendo a unos cánones estéticos poco inclusivos, hay que incidir en ello: aprendamos de nuestros errores y no demos ni un paso atrás en los avances que habíamos conseguido. Que la vuelta a los 2000 sea solo en materia de cortes de prendas y no de contorno de cintura. Pantalones de tiro bajo sí, vientres ultraplanos como única corporalidad válida y baremo por el que valorar a las mujeres, no. ¿Que por qué hay que comentarlo si estamos para hablar de la ropa? Porque la manera en la que se muestra la ropa, importa. Y de eso saben los influencers que han construido sus imperios a través de las redes sociales, ya que cada uno pasa una misma colección por su propio filtro. Menospreciar el hecho de quién y cómo lleva una determinada prenda supone tener la misma miopía que quienes quieren negar la realidad digital. 

Aquí no hay ninguna corona de plástico que te nombre reina del baile. Y si la hubiese, se podría hacer con ella el simbólico reparto que realiza Cady cuando la gana al final de la película. No es un juego de restas: puedes seguir la prensa de moda tradicional y a los influencers al mismo tiempo. Las marcas han demostrado que (de momento) hay sitios para todos, y quizás el problema está más en dónde está ese asiento que el hecho de quién entra por la puerta. 

Todas hemos tenido una compañera de clase a la que, en algún momento, hemos envidiado. No vamos a negarlo: somos humanas y hemos crecido en una cultura que ha fomentado la competitividad malsana. Hemos mirado a esa chica cuya melena se movía a cámara lenta al entrar en el aula deseando ser ella o, por lo menos, que el pelo le brillase un poco menos, porque pensábamos que así nos dolería menos. El fracaso. La intrascendencia. La pérdida de un supuesto privilegio. 

Es algo que también se podía palpar entre algunos de los asistentes a Mercedes-Benz Fashion Week Madrid: costaba que alguien afirmase con rotundidad que le parecía bien que se hubiesen puesto a la venta entradas a los desfiles. ¿El argumento principal? La pérdida de exclusividad. Si entran más personas, te sientes menos especial.

¿Ves el patrón?

Que una o dos compañeras saquen un sobresaliente no significa que tú no puedas aspirar a esa nota. Y si por lo que sea te quedas en el notable, el bien o el suficiente, es más probable que sea por tus acciones que por el éxito de la de al lado. Querer ridiculizar el brillo de las personas que se sientan en esta o aquella fila es algo que haría Regina George, y recuerda, es un personaje de ficción. No seas Regina George. No seas como esas chicas malas cuya existencia se centra en hundir a la competencia porque las maquinaciones, los insultos y los egos solo son aceptables en el contexto de una comedia adolescente antigua. 

No convirtamos la industria de la moda en un patio de instituto 3.0. No la convirtamos en una versión descafeinada de Chicas Malas. Si la segunda parte no fue buena, la tercera, tampoco.